¿Están los nuevos líderes europeos preparados para la que les espera?
El pasado mes de julio, tras una larguísima cumbre, los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea llegaron a un acuerdo para cubrir los cinco altos cargos que quedarían vacantes tras las elecciones al Parlamento Europeo. Los cinco, que en realidad debían haber sido cuatro, ya que el tradicional 'paquete' de dirigentes de la UE no suele incluir al presidente del Banco Central Europeo, un puesto que se considera mucho más técnico y que este año, por casualidad, quedó vacante al mismo tiempo que los demás, recayeron sobre políticos de amplia trayectoria y con una característica en común: todos ellos proceden de países que entraron en la UE antes del 2010. En otras palabras, el bloque del Este de Europa, que frustró la candidatura del holandés Frans Timmermans (el preferido de Francia, Alemania y España, entre otros) a la presidencia de la Comisión Europea, se quedó sin representación, al menos directa, en las altas esferas de poder bruselense.
La poca variedad en cuanto a procedencia, edad y afiliación política de los cinco nominados -Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión, es alemana; Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, belga; David Sassoli, presidente del Parlamento, italiano; Josep Borrell, alto representante de la UE para la política exterior, español; y Christine Lagarde, presidenta del BCE, francesa. Todos ellos provienen de familias políticas de amplia tradición en los estados miembros, sean conservadores, socialdemócratas o liberales- causó estupor y atrajo críticas hacia una Unión que se enorgullece de estar “unida en la diversidad” pero que es cada vez más recelosa de su identidad. Y sin embargo, esta relativa uniformidad no es, ni mucho menos, el rasgo más preocupante del nuevo liderazgo europeo. El mayor problema de este equipo, cuyos miembros no dudo que vayan a hacer un excelente trabajo en línea con el que han desarrollado durante años en sus países, es su falta de visión estratégica.
La que Von der Leyen ha denominado “Comisión geopolítica” (en contraste con la “Comisión política” de Juncker, quien siempre entendió que el brazo ejecutivo de la UE debía ser más partidista que tecnocrático) nació, paradójicamente, de una situación de bloqueo derivada de las dinámicas políticas de los estados miembros.
Ni Von der Leyen, ni Borrell, ni Michel y por supuesto mucho menos Sassoli, eran el 'plan A' de ningún Gobierno. Su nombramiento fue un compromiso de última hora, propulsado por Emmanuel Macron ante la negativa de los países del Este e Italia (y del propio grupo popular europeo) de apoyar a Timmermans, dada su batalla política contra los gobiernos húngaro y polaco por sus ataques al Estado de derecho. Para conseguir el apoyo de los suficientes eurodiputados para ser nombrada presidenta, Von der Leyen tuvo que hacer concesiones y promesas a veces contradictorias a los cuatro grupos mayoritarios en el Parlamento Europeo así como a los gobiernos que se habían negado a apoyar a Timmermans.
Todo esto limita mucho el campo de acción del nuevo liderazgo europeo, dejando en entredicho la ambición de la nueva presidenta de la Comisión de convertir a la UE en un verdadero actor global, capaz de plantarle cara a Trump, Xi Jinping, Johnson o Putin. El reparto de carteras que desveló hace un par de semanas confirma que su tarea no va a ser fácil: a diferencia de anteriores administraciones, y dada la fragmentación política sin precedentes de la Unión, Von der Leyen ha querido dar peso a los otros dos grandes partidos europeos (los socialdemócratas y los liberales), nombrando a dos 'supervicepresidentes' (el propio Timmermans y la danesa Margrethe Vestager, la todopoderosa comisaria de Competencia con Juncker) a cargo de dosieres de gran importancia política como son la lucha contra el cambio climático y la transformación digital. Además, Von der Leyen ha nombrado al antiguo primer ministro letón, el conservador Valdis Dombrovskis como vicepresidente ejecutivo a cargo de la eurozona. La 'Comisión Von der Leyen' tiene además otros cinco vicepresidentes no ejecutivos más más el alto representante para la política exterior. Una estructura compleja a varias voces que dificultará la toma de decisiones en cuestiones de primer orden como la inmigración, la reforma de la eurozona o la ciberseguridad, que han quedado diluidas en un organigrama que pretende agradar a todos, y donde las cadenas de mando no están del todo claras.
Queda por ver si Von der Leyen acabará sorprendiendo a propios y extraños y ejerciendo un liderazgo más férreo del que se espera de ella. De momento, el Parlamento Europeo ya ha vetado a dos de sus candidatos (la comisaria designada rumana y el húngaro). Mientras tanto, el reloj del 'brexit' y las guerras comerciales sigue corriendo.
Investigadora en el Centre for European Reform.