Cumbres borrascosas
Esta no es la mejor semana para ser corresponsal, diplómatico o turista en Bruselas. Entre el martes y el viernes, la ciudad habrá acogido siete cumbres. Algunas, como la cumbre EU-Corea del Sur o la llamada Cumbre Social Tripartita (vaya usted a saber), son eventos relativamente previsibles que apenas ocuparán un par de líneas en los periódicos. Otras, como la cumbre de la eurozona, levantarán un poco más de polvo, sobre todo tras el órdago lanzado por el Gobierno italiano al aprobar su nuevo presupuesto y el mucho más obediente 'ordaguillo' económico español. Pero la madre de todas las cumbres, y quizás la única que merezca el calificativo de borrascosa, es la que reunirá a los 28 jefes de Estado y de Gobierno este miércoles y jueves para hablar de seguridad e inmigración. Solo que, en realidad, ellos habían venido aquí a hablar del 'brexit'.
Estaba previsto que la cumbre se dividiera en dos partes: durante la cena del miércoles, los 27 se reunirían sin la primera ministra británica, Theresa May, para perfilar la posición común de cara a la cumbre inclusiva (a 28) del día siguiente, donde se anunciaría que la UE y el Reino Unido habían llegado a un acuerdo sobre el llamado tratado de divorcio, el documento legal que certifica que a Londres y Bruselas se les acabó el amor y determina el montante de la pensión alimenticia, qué pasa con los niños (o ciudadanos residentes a ambos lados del Canal de la Mancha) y quién se queda con las casas de veraneo (o sedes de las diferentes agencias europeas).
Pero los acontecimientos de este fin de semana dieron al traste con los meticulosos planes de la diplomacia continental y británica. Siguiendo un viejo adagio de las cumbres europeas, no hay acuerdo en nada hasta que haya acuerdo en todo, es decir, no cantes victoria, aunque hayas conseguido el 99% de las concesiones que buscabas. El domingo por la tarde, cuando el jefe negociador británico Olly Robbins llamó a Theresa May para decirle que había conseguido llegar a un acuerdo con Europa sobre el espinoso tema de cómo evitar una frontera física entre Irlanda e Irlanda del Norte, la respuesta de May fue paralizar las negociaciones fulminantemente. May calcula, y calcula bien, que las opciones que la UE ofrece para solucionar el problema irlandés (mantener al Reino Unido en una unión aduanera con la UE sin fecha de caducidad o, alternativamente, a Irlanda del Norte dentro del Mercado Común) no cuentan con el respaldo del parlamento británico.
Dosis de coreografía
Muchos ven en la actitud dramática de May y algunos líderes europeos, como Donald Tusk, ciertas dosis de coreografía. La 'premier' británica necesita mostrar que ha luchado hasta el último momento con Bruselas para así asegurarse apoyos entre sus diputados. Sea real o impostado, el último capítulo del culebrón del 'brexit' nos acerca aún más a la posibilidad de una salida sin acuerdo. Y eso es suficiente para ensombrecer cualquier cumbre.