Alemania necesita un nuevo modelo de crecimiento
Durante la pasada década, el modelo económico alemán, basado en las exportaciones, apuntaló su fortaleza en el ámbito europeo e internacional. El país acumuló un gran superávit exterior y utilizó sus enormes reservas para consolidar su condición de principal donante de ayuda al desarrollo, tener más voz en las instituciones de Bretton Woods y, aunque con dudas, respaldar la eurozona y sus fondos de rescate. La mayor economía de Europa también ha demostrado ser más adaptable de lo que se pensaba y ha capeado la pandemia y el corte del suministro de gas ruso mejor de lo previsto.
Pero estas convulsiones no deben ocultar el hecho de que el motor económico alemán tiene en contra unos vientos estructurales, que están debilitando poco a poco al país a medida que aumentan las tensiones geopolíticas. Las exportaciones que favorecieron el crecimiento en la década de 2010, impulsadas por la demanda asiática de automóviles, maquinaria y productos químicos alemanes, perdieron fuerza en 2018, en medio de las guerras comerciales del expresidente estadounidense Donald Trump, el incremento de la producción china y el “Dieselgate”, que supuso la repentina retirada de los vehículos diésel cuando se descubrió que los fabricantes habían manipulado las pruebas de emisiones de la Unión Europea. En la actualidad, la economía alemana tiene aproximadamente el mismo volumen que en 2019, igual que su producción industrial. Durante ese periodo, Francia ha añadido más del doble de puestos de trabajo que Alemania, aunque muchos en régimen de prácticas. En cuanto a la economía estadounidense ha crecido un 5% y ha vuelto a su rumbo de expansión anterior a la pandemia. Además, se prevé que el crecimiento alemán esté por debajo de la media de la zona euro hasta 2025, lo que lo sitúa más cerca de la Gran Bretaña del Brexit que de sus colegas de la Unión.
A pesar de ello, no parece que la política alemana esté pensando en favorecer el crecimiento a largo plazo. Algunos miembros de la coalición semáforo de socialdemócratas (SPD), Verdes y Demócratas libres (FDP), que son pro empresa, quieren aplicar una nueva forma de política industrial que utiliza cuantiosas subvenciones para impulsar la tecnología verde y para limitar los efectos del aumento de los precios de la energía industrial. Otros reclaman tipos de interés más altos y recortes presupuestarios. Pero el estrangulamiento de la economía alemana deriva de una combinación más de fondo de la dinámica internacional y una política interior inadaptada a esta década. El país debe adoptar una nueva estrategia de crecimiento para evitar seguir descendiendo en la clasificación económica.
Durante décadas, la estrategia económica alemana ha sido agnóstica respecto a la geopolítica o ha propugnado ideas como Wandel durch Handel, reducir las tensiones políticas a través del comercio. Los déficits comerciales hicieron que en los 70 y 80 Alemania respaldara los mecanismos europeos de tipo de cambio fijo, para evitar devaluaciones frente al marco. La intensificación de la competencia con los tigres asiáticos (Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y Taiwán) en los 90 y 2000 motivó el apoyo a las olas de ampliación de la UE hacia el este, en busca de mercados y mano de obra más baratos para establecer sus cadenas de suministro industrial. El abastecimiento de energía barata, y en especial gas procedente de Rusia, fue un pilar central de la política exterior alemana hasta que Vladímir Putin invadió Ucrania en febrero de 2022 y acabó con él. La estrategia se completaba con una política interna de contención salarial y presupuestos ajustados para mantener la competitividad de los productos alemanes, una doctrina que Berlín había defendido como modelo para el resto de la UE durante la crisis del euro. Por el camino aumentó la dependencia estratégica de países autocráticos como Rusia y China, pero en general no se tuvo en cuenta.
En el espacio de tres años, una tormenta perfecta creada por una pandemia mundial, la guerra de Rusia contra Ucrania con la consiguiente crisis energética y las tensiones crecientes entre China y Estados Unidos ha dejado al descubierto los riesgos de que este tipo de dependencia se convierta en un arma. Ha quedado en evidencia que Alemania depende totalmente de la demanda extranjera de sus productos y de la importación de combustibles fósiles para fabricarlos. La globalización seguramente no ha retrocedido, pero desde luego está cambiando, y no a favor del país. Las exportaciones chinas de automóviles están disparándose, ha desbancado a Alemania en el segundo puesto y amenaza el primer lugar de Japón en el mercado global del automóvil. Pekín también está mejorando el sector de la maquinaria. Irónicamente, Berlín ha empeorado la amenaza que representa su rival sin haberse preocupado por garantizar la igualdad de condiciones con el gigante asiático. Durante años ha dejado que las principales empresas alemanas hicieran inversiones extranjeras directas en China, crearan las empresas conjuntas que Pekín exigía como precio de admisión y construyeran fábricas para captar las subvenciones chinas cumpliendo los requisitos de contenido local. Esta estrategia ha fomentado unas transferencias de tecnología que han elevado la calidad y la ventaja competitiva de las máquinas y los automóviles chinos.
Empujada por las presiones de Washington, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, está encabezando una ofensiva para “reducir el riesgo” de China, tal como se expone en su proyecto de estrategia de seguridad económica de la UE, publicado en junio de 2023. Pero aún no está claro cómo va a traducir Berlín esto en hechos. El canciller alemán, Olaf Scholz, ha reconocido que su país necesita diversificar sus cadenas de suministro. Pero Alemania depende muy poco más de la entrada de productos chinos que la mayoría de las demás economías del G7. Por otra parte, el riesgo que corre Alemania con las exportaciones al gigante asiático es mucho mayor que el de sus homólogos, puesto que representan más del 3% del PIB del país; y además tiene una enorme cartera de inversiones en China (algo menos de 90.000 millones de euros a finales de 2020). El programa de reducción de riesgos de la UE implicaría examinar las inversiones en el exterior en busca de los peligros de robo de tecnología y tomar medidas drásticas contra las adquisiciones de empresas europeas tecnológicamente de vanguardia financiadas por empresas que se benefician de subvenciones públicas extranjeras. El Gobierno alemán ya ha limitado el seguro público para inversiones en el extranjero que corran riesgo de expropiación a 3.000 millones de euros por empresa y país. Estas medidas contribuirán a limitar los daños futuros. Pero la trampa ya ha saltado. El crecimiento de las ventas de Volkswagen en China se ha estancado y los coches fabricados en este país asiático están entrando en los mercados mundiales y europeos.
A la falta de un plan económico coherente a largo plazo se añade la falta de inversión pública y de reformas durante los 16 años de mandato de la ex canciller Angela Merkel. Las infraestructuras físicas de Alemania se han deteriorado después de más de una década de ajustarse el cinturón a nivel nacional, estatal y local. Solo la red ferroviaria necesita una inyección de 45.000 millones de euros de aquí a 2027. El gasto neto en educación superior creció menos de un 1% en términos ajustados a la inflación entre 2010 y 2018, frente al 6% de los Países Bajos, el 15% de Estados Unidos y el asombroso 116% de Estonia. Alemania tampoco ha avanzado mucho a la hora de reducir la burocracia o las protecciones injustificadas de servicios profesionales como los fiscales o jurídicos, que asfixian la competencia y mantienen los precios innecesariamente altos. Todo esto dificulta la creación o ampliación de una empresa. La falta de guarderías y los impedimentos de la ley fiscal siguen frenando la participación de las mujeres en el mercado laboral. Y, lo que es más importante, el país se ha quedado rezagado con respecto a EE UU y otros países de la UE en materia de digitalización, desde la construcción de infraestructuras de fibra óptica hasta la digitalización de los servicios públicos. A pesar de un modesto auge de las empresas emergentes, todo ello ha debilitado la innovación fuera del sector de fabricación industrial.
De las 40 empresas de primera categoría que cotizan en el índice alemán DAX, 23 tienen sus orígenes en el siglo XIX o antes y solo dos se fundaron en este siglo. Una notable excepción, la empresa alemana de tecnología financiera Wirecard, acabó siendo un ridículo fraude criminal. Todo esto era evitable. Por ejemplo, en Países Bajos, mucho más pequeño y tan integrado económicamente con Alemania que podría considerarse el decimoséptimo Bundesland (estado federal), están las sedes de ASML, la principal empresa de fabricación de semiconductores del mundo, y Adyen, un proveedor de pagos de vanguardia.
La coalición de gobierno se ha propuesto abordar algunos de estos problemas, pero también sigue siendo aficionada a la vieja medicina de “la competitividad de costes”. El canciller Scholz y el ministro de Hacienda, Christian Lindner, están pensando en recortes presupuestarios, mientras que el ministro de Economía, Robert Habeck, parece decidido a conceder todavía más subvenciones para rescatar el sector industrial de alto consumo energético. No obstante, puede que esta vez la medicina no funcione. Las barreras al comercio de bienes están aumentando y Alemania es débil en el sector servicios, donde el comercio mundial sigue creciendo. Entre 2010 y 2019, sus exportaciones de servicios crecieron a una tasa anual del 3,4%, frente al 4,6% de todos los países de rentas altas. Mientras tanto, el instituto del mercado laboral IZA considera que ofrecer unos salarios más transparentes y más altos, no más bajos, es la mejor manera de atraer a trabajadores cualificados a sectores y empresas en los que la escasez de mano de obra está frenando el crecimiento.
La transición ecológica por sí sola tampoco es la respuesta a los problemas de crecimiento de Alemania. Es vital para las perspectivas del país y ayudará a reducir la dependencia de los regímenes autoritarios de Rusia y Oriente Medio. Pero es posible que cambiar el capital marrón por el verde no produzca más crecimiento a largo plazo, incluso aunque las inversiones necesarias sí impulsen el crecimiento durante la transición. Las energías renovables producen energía a un coste marginal prácticamente nulo, pero también de forma intermitente. Las investigaciones sobre Países Bajos, que tiene una mezcla energética similar, indican que la consecuencia será un coste total del sistema energético más elevado.
Ahora bien, Alemania tiene puntos fuertes que pueden sentar las bases de un crecimiento renovado, pero el Gobierno tendrá que actuar con inteligencia.
El país está en el centro de una prometedora base de fabricación de tecnología verde de la UE. La cuota de China en las exportaciones mundiales de 220 productos de “tecnologías con bajas emisiones de carbono” (TBC) —desde vehículos eléctricos hasta materiales aislantes— se ha disparado del 23% en 2019 al 34% el año pasado. Pero la cuota de la UE, de tamaño considerable, también ha crecido del 19% al 23%, de la que la mitad aproximadamente corresponde a Alemania. En 2021, ningún otro país del G7 ni China exportaron más bienes TBC como proporción del PIB que los alemanes. El país debe seguir destacando en estas tecnologías verdes, porque las cadenas de suministro se están acortando a medida que las tecnologías maduran y las empresas están aumentando la producción próxima a los consumidores para reducir los costes de envío. Sin embargo, Berlín debe tener cuidado de no perturbar el mercado único de la UE con subvenciones exclusivas para la producción nacional, cuando muchos otros países de la Unión, como Eslovaquia, Hungría y Chequia, forman parte de las mismas cadenas de valor de las tecnologías limpias.
No obstante, la pérdida de cuota de la industria en la economía alemana seguramente es inevitable. El sector del automóvil seguirá abasteciendo al mercado de la UE y conservará una ventaja global en nichos de alto valor. Pero su tamaño global se reducirá debido a la presión de la competencia china. El futuro del sector alemán que más energía consume también está en la cuerda floja. ¿Puede Alemania seguir siendo líder en el sector de fabricación industrial sin ser estructuralmente competitiva en sectores intensivos en energía como el acero, el aluminio y los productos químicos? Llenar de subvenciones a empresas que van a triunfar de todos modos o que se van a ver sobrepasadas por la competencia puede ser un despilfarro, cuando unas ayudas más selectivas podrían contribuir a la aparición de nuevos sectores. La economía alemana es lo bastante flexible como para crear nuevas empresas y mercados, pero el proceso está detenido por unas infraestructuras deterioradas, las lagunas que quedan en digitalización y unos mercados de capitales inactivos.
Por suerte, el país dispone de más margen presupuestario para impulsar las inversiones a largo plazo que casi cualquier otra gran economía avanzada. La doctrina de la Scholzonomics de ahorrar para luego desplegar un “bazuca fiscal” en una crisis ha devuelto con éxito a la economía a su tamaño de 2019, pero el crecimiento será lento si no hay un programa integral de reformas. Alemania debe abandonar el freno constitucional a la deuda, que limita la emisión de deuda neta al 0,35% del PIB y es innecesariamente estricto en comparación con las normas fiscales de la UE. Para eludirlo, Berlín ha creado vehículos extrapresupuestarios por valor del 9% del PIB destinados a la transición ecológica y la defensa. Pero el freno de la deuda reduce las inversiones estatales y locales, que son fundamentales, por ejemplo, en infraestructuras y educación. El Instituto Económico Alemán (IW Köln) calculó recientemente que las reservas estatales de capital deberían haber aumentado en unos 25.000 millones de euros anuales más en la década de 2000 y en 45.000 millones de euros en la de 2010 para lograr el mismo empuje a la productividad que proporcionó en los 90. El desfase acumulado que hay que remediar ahora es abrumador, pero el país tiene los medios para hacerlo.
Para que su economía pueda adaptarse a una economía internacional más fragmentada, Alemania debe volver al principio y reformar sus condiciones internas. El país es líder en investigación y desarrollo y gasta un punto porcentual del PIB más que la media de la UE. Pero su capacidad investigadora no se traduce como debería en dinamismo empresarial. El sector bancario alemán está hinchado y lastrado por una baja rentabilidad, lo que entorpece la financiación de un nuevo modelo económico. El FMI, por ejemplo, ha sugerido que el país podría impulsar la financiación de empresas jóvenes e innovadoras si reduce los obstáculos a la participación de inversores institucionales en los mercados de capitales y también podría situar el tratamiento fiscal de los planes de accionariado de los empleados en consonancia con las normas internacionales para poder financiar un nuevo modelo económico.
Aunque la clave del crecimiento son las reformas internas, Alemania debe seguir aprovechando su apertura económica, pero de forma más selectiva. Berlín debe apoyar los intentos de la UE de negociar nuevos ALC con países asiáticos en auge aparte de China, como India e Indonesia. Alemania también tiene un buen historial de integración de inmigrantes en el mercado laboral. Ahora debe seguir apostando por ello y aprovechar la reciente flexibilización de las leyes de inmigración para compensar el inminente descenso de siete millones de personas en edad de trabajar de aquí a 2035.
La economía alemana lleva años estancada y las perspectivas de crecimiento son insignificantes. Los precios de la energía serán estructuralmente más altos y la competencia china es cada vez más intensa. Aun así, el Gobierno está considerando la posibilidad de redoblar el corporativismo industrial exportador que dejó inmovilizado al país. Berlín va a tener que modificar a fondo su estrategia de crecimiento para salir reforzado. En el plano nacional, aumentar el gasto en educación y los salarios puede ayudar a reducir las carencias de personal cualificado; la mejora de infraestructuras públicas como el ferrocarril facilitará el traslado de mano de obra a sectores en expansión y la mejora de los mercados de capitales puede canalizar el dinero hacia ellos. Si Alemania adopta y da forma a una estrategia industrial de la UE en lugar de conceder subvenciones solo a sus propias empresas, tendrá más posibilidades de ampliar las florecientes cadenas de suministro de tecnología verde de la Unión, en lugar de trastocarlas. Asimismo debería emplear a la UE como escudo frente al mercantilismo chino y las posibles presiones estadounidenses y para abrir otros mercados. El país dispone de los recursos presupuestarios, la capacidad de innovación, las competencias y el atractivo para los emigrantes necesarios para ayudar a su economía a adaptarse. La cuestión es si Alemania tiene el valor de dar un salto adelante e intentar hacer algo diferente.
La versión original en inglés fue publicada con anterioridad en CER.