Reparto de altos cargos en la UE: el regreso del líder reacio
Toda cumbre europea digna de ese nombre sigue una coreografía muy precisa. Presidentes de gobierno y primeros ministros aterrizan en Bruselas ante una gran expectación; paralizan el barrio europeo, desviando metros y autobuses; hablan con la prensa a la entrada del edificio del Consejo, con un críptico decorado de paraguas metálicos como fondo; se encierran toda la tarde tratando de llegar a un acuerdo sobre (inserte aquí su crisis: inmigración; eurozona; nombramiento de altos cargos); acaban cenando y, muchas veces, desayunando para demostrarle a todo aquel mínimamente interesado lo difícil que es llegar a compromisos en esta ciudad; y, finalmente, emergen con la luz del día, cansados y ojerosos, pero sonrientes, porque han conseguido dar con la opción perfecta para solucionar (elija su propia aventura).
Los líderes de los países de la UE están acostumbrados a jugar partidos de fútbol interminables. Y ya se sabe lo que es el fútbol, que decía Gary Lineker: un juego en el que 22 jugadores (en este caso 28, que pronto serán 27) persiguen una pelota durante 90 minutos y, al final, Alemania siempre gana. La elección de los altos cargos europeos no ha sido una excepción.
Para ser justos, esta vez la victoria alemana es agridulce. La cristiano-demócrata Ursula von der Leyen, cercana a Angela Merkel (durante mucho tiempo se postulaba como su sucesora natural) no era la primera opción de la canciller. Merkel volvió del G-20 con una propuesta apoyada por Francia, Holanda y España: el socialdemócrata holandés Frans Timmermans como candidato a la Presidencia de la Comisión a cambio de darle la del Parlamento Europeo al alemán Manfred Weber.
Ambos habían encabezado las listas de sus partidos a las elecciones europeas. De acuerdo con el llamado sistema del Spitzenkandidat, o cabeza de lista, Weber, el líder del partido más votado en las elecciones de mayo, el Partido Popular Europeo, debía ser el candidato propuesto por el Consejo Europeo para presidir la Comisión. ¿El problema? El ‘Spitzenkandidaten’ es un proceso que no está recogido como tal en los tratados, sino que fue un acuerdo tácito entre los líderes de la gran coalición socialista-conservadora que lleva años gobernando la UE. Los nuevos líderes europeos, con el francés Macron a la cabeza, se oponen a un procedimiento que consideran inadecuado. La derrota de la gran coalición, la escasa popularidad de Weber incluso entre los miembros de su propio partido y la fragmentación política en el Parlamento y el Consejo han dado finalmente al traste con el proceso.
Con Weber fuera de juego, Merkel, Macron y Sánchez trataron de matar varios pájaros de un tiro: la idea era encontrar un compromiso que permitiera un cierto equilibrio geográfico (la propuesta de Osaka incluía un jefe, o jefa, de la diplomacia europea que viniera del Este), político (un socialista a la cabeza de la Comisión, un liberal para el Consejo y un conservador en el Parlamento) y que, al mismo tiempo, contentara al Parlamento Europeo poniendo a los dos cabezas de lista más votados al frente de las instituciones europeas (con la precisión de que el puesto más importante, el de presidente de la Comisión, iría al segundo en contienda, Timmermans).
Parecía la jugada perfecta. Y lo era, al menos para el Gobierno español, que habría no sólo colocado a un socialista al frente de la Comisión, sino también esquivado a los ortodoxos holandeses apoyando a un político cercano al Sur. Con el compromiso de Osaka, Sánchez hubiera obtenido también una súper Vicepresidencia económica para España a cambio de su apoyo a la propuesta franco-alemana. De acuerdo con varias fuentes, ése era el objetivo principal del presidente en funciones, que, como buen economista, tiene la reforma de la eurozona en el punto de mira.
Pero esta vez, y sin que sirva de precedente, Merkel calculó mal. Su hasta ahora incontestable liderazgo no sólo en el Consejo Europeo, sino también el Partido Conservador Europeo, ha sufrido un declive progresivo en los últimos meses. Cuando aterrizó en Bruselas, seguramente bajo los efectos de un fuerte jet lag, Merkel se encontró no sólo con la prevista rebelión de los países del llamado Grupo Visegrad (Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia), sino con la de su propio partido. Líderes conservadores como el irlandés Leo Varadkar se opusieron abiertamente a cederle la Comisión a los socialistas, que habían quedado segundos en las elecciones de mayo.
Los cuatro de Osaka estaban preparados para enfrentarse al desacuerdo de los Visegrad: parte de su estrategia confiaba en que, por mucho ruido que hicieran, los cuatro países (apoyados por Italia) no tendrían los números suficientes para bloquear a Timmermans en el Consejo (excepto en el improbable caso de que el Reino Unido, que tiene derecho a voto hasta que se vaya formalmente del club, se abstuviera). Pero no habían contado con la oposición de otros países gobernados por miembros del PPE.
Los veteranos de las cumbres europeas ya lo habían advertido: el futuro presidente, o presidenta, de la Comisión sería, más que probablemente, una sorpresa para todos. Y así ha sido. La solución de última hora la propuso Macron: Von der Leyen es una candidata inesperada pero de consenso, que gusta no sólo a Francia por su defensa de una cooperación militar más estrecha en la UE (lo que no quiere decir que apoye, como se ha dicho, un ejército europeo), sino también a los países del Este de Europa que la aprecian por sus esfuerzos en utilizar la OTAN para protegerlos de la agresividad militar de Rusia. Pero la posición de Von der Leyen sobre los temas que realmente van a dominar la agenda europea durante los próximos años, como el cambio climático o la inmigración, son vagas o directamente inexistentes.
Como en el fútbol, Alemania vuelve a ganar. Y esta vez ni siquiera ha sido premeditado. La (relativa) victoria alemana es el resultado de un gol en propia puerta de los países del Sur y el apoyo sin fisuras de una Francia temeraria. La elección de Von der Leyen supone, sobre todo, el regreso del líder reacio: la Alemania que no quiere mandar pero acaba haciéndolo, por parálisis o inutilidad de los demás. El resultado de este partido es también un fracaso para los defensores del Estado de Derecho y los valores europeos: el hecho de que el nombramiento de Timmermans fuera bloqueado por los países del Este, por el liderazgo del holandés en el llamado procedimiento del artículo 7, que castiga la ruptura con los valores europeos y que está en marcha contra Polonia y Hungría, dice muy poco de la voluntad de los líderes europeos de defender el Estado de Derecho en la UE. Incluso si eso les cuesta dos cumbres sin dormir más.