Occidente y la victoria de Erdoğan
El 28 de mayo, Recep Tayyip Erdoğan fue reelegido presidente de Turquía con el 52% de los votos. Su victoria se produjo a pesar de que varios partidos de la oposición, de muy distintas tendencias, se habían unido en torno a un mismo candidato presidencial, Kemal Kılıçdaroğlu. El control de los recursos gubernamentales y los medios de comunicación hizo que la disputa estuviera sesgada desde el principio a favor de Erdoğan. Pero también es innegable que, a la hora de la verdad, una gran mayoría de turcos confió más en él que en la oposición, a la que el presidente siempre calificó de dividida e ineficaz.
Lo que tienen que preguntarse ahora los responsables políticos occidentales es qué consecuencias tiene el hecho de que Erdoğan haya sido reelegido para otro mandato de cinco años en la política interior y, sobre todo, en la política exterior de Turquía. En la interior parece poco probable que haya un cambio de rumbo, puesto que Erdoğan carece de incentivos para mostrarse más dialogante con sus oponentes. Más bien al contrario, seguramente tratará de consolidar su poder, quizá con nuevas enmiendas a la Constitución. La situación de las libertades en Turquía seguirá siendo un motivo de fricción con Estados Unidos y la UE.
El nivel de tensión en las relaciones exteriores, entre Turquía y Occidente, es más difícil de predecir. En la última década, Erdoğan ha emprendido una política exterior cada vez más agresiva y militarizada que ha causado fricciones con sus aliados de la OTAN. Ankara ha enviado barcos frente a las costas de las islas griegas y Chipre para reivindicar una gran zona marítima en el Mediterráneo oriental; ha forjado una estrecha relación con Rusia, incluso en el ámbito militar; y está retrasando la adhesión de Suecia a la Alianza. Pero también ha habido periodos en los que ha intentado suavizar las tensiones con Occidente. Por ejemplo, tras los catastróficos terremotos que golpearon Turquía en febrero de este año, trató de mejorar la relación con Occidente, permitió la entrada de Finlandia en la OTAN y rebajó la tensión con Grecia.
A corto plazo, hay muchas probabilidades de que continúe esta política de distensión hacia Occidente. La economía turca está en una situación frágil. El gasto público antes de las elecciones exprimió las finanzas públicas y debilitó aún más la lira, a pesar de que el banco central la apuntaló con sus reservas de divisas, que están disminuyendo hasta un nivel peligroso. La inflación sigue siendo muy alta y el déficit por cuenta corriente del país está en un nivel casi sin precedentes, porque el gasto público y las medidas para reforzar la lira siguen absorbiendo demasiadas importaciones. Hay un gran riesgo de crisis monetaria, a menos que Turquía suba los tipos de interés para combatir la inflación o pida un préstamo al FMI. Pero ambas opciones plantean dificultades políticas a Erdoğan: se ha mostrado contrario a los tipos de interés altos con el argumento de que fomentarían la inflación y tener que recurrir al FMI resultaría embarazoso y le supondría verse obligado aceptar sus condiciones de préstamo. Por consiguiente, lo normal es que Ankara intente prolongar su política actual el mayor tiempo posible, mientras trata de conseguir la financiación necesaria de los países del Golfo y otros.
No obstante, la fragilidad económica actual de Turquía no garantiza que Erdoğan vaya a mantener unas relaciones constructivas con Occidente en los próximos años. En primer lugar, le es fácil culparle de sus dificultades económicas. En segundo lugar, puede utilizar la política exterior precisamente para desviar la atención de los problemas económicos del país y movilizar a la opinión pública. La tentación de tomar unas decisiones de política exterior que tengan unos costes relativamente bajos y grandes beneficios políticos —por ejemplo, intensificar las tensiones con Grecia y Chipre— puede ser especialmente fuerte. En tercer lugar, no hay motivos para creer que las ambiciones y opiniones generales de Erdoğan en materia de política exterior hayan cambiado. Sigue obsesionado con hacer de Turquía una gran potencia regional, con una política exterior que no esté comprometida con ningún bloque. Una parte importante de esa estrategia es reducir su dependencia económica respecto a Occidente. Y los buenos resultados de las fuerzas nacionalistas en las elecciones le empujarán a ser todavía más enérgico e inflexible en las cuestiones que se consideran vitales para los intereses turcos.
La primera prueba a la que se va a someter la relación de Turquía con Occidente será la adhesión de Suecia a la OTAN, que Ankara sigue frenando. En teoría, bloquear la incorporación sueca proporciona menos beneficios políticos para Erdoğan ahora que ya ha sido reelegido. Sin embargo, es probable que quiera algo muy tangible a cambio de levantar el veto. Una de las cosas que quiere, por lo visto, es una invitación a la Casa Blanca, que Biden, hasta ahora, se ha negado a enviar. También quiere comprar a Estados Unidos aviones de combate F-16, pero el Congreso se opone si Turquía no retira antes su veto a la adhesión de Suecia. Es posible que Washington y Ankara lleguen a un acuerdo para que ésta última permita la adhesión sueca y que los estadounidenses suministren los F-16 poco después. Pero, si no se llega a un acuerdo antes de la cumbre de la OTAN que se celebrará en Vilna en julio, las tensiones entre Turquía y sus aliados occidentales se agravarán. Algunos aliados quizá lleguen a pedir la exclusión turca de las estructuras de la Alianza, pero no hay ningún procedimiento previsto para aplicar una medida así, puesto que ésta funciona por consenso.
Incluso en el caso de que Turquía permita la entrada de Suecia en la OTAN, existen muchos enfrentamientos posibles con Occidente por otras cuestiones. La ayuda militar estadounidense a las Unidades de Protección Popular (YPG) de los kurdos en Siria, a las que Ankara considera una rama de la organización terrorista Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), seguiría siendo un grave motivo de indignación de los turcos. Para la UE, Estados Unidos y la OTAN, la relación de Turquía con Rusia seguiría siendo una posible causa fundamental de desacuerdos. Erdoğan seguramente continuará con su ejercicio de equilibrismo entre Occidente y Moscú, pero es posible que esa política sea cada vez más difícil de prolongar. Ya antes de la guerra, a los aliados occidentales les irritaba la estrecha relación de ambos. La compra por parte del Gobierno turco de un sistema ruso de defensa antiaérea S-400 hizo que Estados Unidos excluyera a Turquía del programa de aviones de combate F-35.
Desde que Putin invadió Ucrania en 2022, los socios occidentales de Turquía han valorado los intentos de mediación de Ankara, su contribución para lograr el acuerdo sobre la exportación de cereales y el suministro de drones a Kiev. Pero a Europa y Estados Unidos les preocupa cada vez más que las empresas rusas estén utilizando a Turquía para eludir las sanciones. Bruselas y Washington seguramente van a intensificar las presiones sobre Erdoğan para que se sume a las sanciones occidentales o, al menos, para que impida que las empresas rusas tengan acceso a través de Turquía a bienes incluidos en las sanciones. Sin embargo, Ankara va a seguir resistiéndose a actuar. Para ella es importante conservar una buena relación con el Kremlin, por varias razones. Todavía necesita el gas ruso y la presencia militar de Rusia en Siria puede obstaculizar las operaciones turcas contra el YPG o empujar a más refugiados sirios hacia su territorio. Además, Moscú le ha ayudado económicamente, con la inyección de dinero para la construcción de una central nuclear y dejando que Ankara aplazara los pagos por el gas en el periodo anterior a las elecciones. Por si fuera poco, Rusia es el país que más turistas envía a Turquía: más de 500.000, el 13% del total, en los dos primeros meses de 2023.
Es indudable que el Mediterráneo oriental va a seguir siendo el origen de discrepancias entre Turquía y Occidente. Nada indica que Erdoğan vaya a dejar de presionar para que los turcochipriotas tengan su propio Estado. Probablemente, las tensiones con Grecia tendrán altibajos, pero los aspectos de fondo de la delimitación de las zonas marítimas y el espacio aéreo, el estatuto de desmilitarización de las islas del Egeo y la soberanía sobre determinados islotes seguirán siendo inmanejables. Existe el peligro de que Ankara recupere en algún momento su decisión de enviar buques militares a las aguas próximas a las islas griegas y Chipre, para dejar claras sus reivindicaciones sobre una amplia zona marítima y jalear la opinión nacionalista. En una situación así, varios países de la UE —por ejemplo, Francia— pedirían probablemente la imposición de sanciones a Turquía, como hicieron en el verano de 2020. Pero quizá sería difícil llegar a un consenso en Europa y Estados Unidos, porque muchos países de la Unión creen que esas sanciones no servirían de mucho.
Las tensas relaciones con Grecia y Chipre, unidas a la preocupación de la UE por la situación de las libertades democráticas en Turquía, significan que la relación entre ambas seguirá siendo tensa y transaccional. Las negociaciones de adhesión de Ankara seguirán suspendidas y es probable que algunos Estados miembros se pregunten si su candidatura sigue teniendo sentido. Pero a muchos les preocupa que, si se pone fin al proceso de adhesión, el sentimiento prooccidental turco se debilite todavía más, lo que empujaría a Ankara a ser aún más disruptiva y distanciarse más de Occidente. Cualquier intento de profundizar en las relaciones UE-Turquía podrá llevarse a cabo solo al margen del marco de la adhesión, pero incluso eso será muy difícil. En principio, tanto una como la otra quieren modernizar la unión aduanera. Pero Bruselas no quiere entablar negociaciones hasta que Ankara fortalezca las libertades democráticas y tome medidas para mejorar la relación con Chipre. Cuesta imaginar que Erdoğan vaya a querer hacer alguna de esas dos cosas, por lo que es probable que la unión aduanera continúe deteriorándose si Ankara introduce nuevas barreras no arancelarias, como los requisitos de certificación. Con el tiempo, el comercio bilateral puede acabar reduciéndose, lo que las distanciaría todavía más.
Aun así, la UE y Turquía tendrán que colaborar en diversos ámbitos, como la energía, las migraciones e incluso la política exterior. En el energético, Turquía seguirá siendo un socio fundamental para la Unión, por ser un país crucial para el tránsito del gas. Las migraciones también seguirán siendo un campo importante de cooperación, puesto que a Bruselas le interesa seguir ayudando a Ankara a mantener a los casi cuatro millones de refugiados que acoge. Mientras siga siendo imposible, desde el punto de vista político, el reasentamiento de los refugiados en la UE, la única alternativa a la colaboración con Turquía sería intensificar las expulsiones ilegales en la frontera. En política exterior, tendrán que colaborar en casos concretos y cuando coincidan sus intereses, por ejemplo, para intentar estabilizar Libia o para disminuir la influencia rusa en el Cáucaso y Asia central. La necesidad de cooperar en materia de energía, migraciones y política exterior hace que a la Unión no le convenga tener una comunicación mínima con el Gobierno turco, como ha ocurrido en los últimos años. La recién creada Comunidad Política Europea está en una posición especialmente ventajosa para ser una plataforma en la que haya intensos debates entre los países de la UE y Turquía, puesto que su objetivo es abordar los problemas comunes y no está sujeta a la lógica de la adhesión.
La reelección de Erdoğan significa que Turquía va a redoblar sus intentos de avanzar de forma independiente en la política mundial, disminuir sus vínculos con Occidente y reforzar los que mantiene con otras potencias. Con Occidente, seguirá habiendo cooperación, pero será totalmente transaccional. Seguirá habiendo una gran posibilidad de que surjan turbulencias, sobre todo en política exterior, en la medida en que hay una serie de asuntos en los que es probable que Ankara acabe enfrentándose con la UE y Estados Unidos. Que se prepare Occidente para recorrer un camino lleno de obstáculos.