La guerra de Putin: lo idiotas que fuimos
Lo mejor que nos puede pasar es que los ucranios se defiendan y haya los menores muertos posibles, pero la toma de Kiev y la derrota del gobierno pro-europeo de Zelensky es inevitable.
La cara del jefe de los espías rusos lo decía todo: el lunes, durante la farsa televisada y convenientemente subtitulada que Vladímir Putin orquestó para darle una pátina de credibilidad a su delirio imperialista, el presidente ruso le preguntó a Sergei Naryshkin, director de los servicios secretos, si estaba de acuerdo con su decisión de reconocer la independencia de las repúblicas populares de Donetsk y Luhansk, formalmente aún parte de Ucrania. Naryshkin, visiblemente nervioso, respondió tartamudeando que Moscú debería darle “una última oportunidad (de diálogo) a nuestros socios occidentales”. “Eso no es lo que te estoy preguntando. ¿Estás o no de acuerdo con la independencia? ¡Habla claro, Sergei!”, le interrumpió Putin con su mejor sonrisa ladeada del agente de la KGB de película de los 80 que en realidad es. Sergei, viéndose ya claramente en Siberia, contestó a trompicones que sí, que él apoyaba la anexión de las repúblicas ucranias a territorio ruso. “Pero si eso no es lo que estamos discutiendo”, contestó el presidente ruso. “Claro que no, presidente”. En realidad, ni Sergei ni ninguno de los otros altos cargos reunidos en el Kremlin el lunes en ese Consejo de Seguridad de mentira tenían la más remota idea de lo que estaban discutiendo. Pero todos le dieron la razón a Putin. Hace mucho frío en Siberia esta época del año. Y Putin invadió Ucrania.
Sergei somos todos. Desde los mayores expertos mundiales en Rusia hasta diplomáticos, asesores militares y estratégicos, pasando por sus propios conciudadanos, los parlamentarios de la Duma e incluso sus ministros más allegados, nadie sabe qué piensa Putin ni qué planea hacer mañana. Pero todos intuyen que, seguramente, no será nada bueno. Este desconcierto generalizado ha jugado en favor del presidente ruso todos estos años y le ha permitido hacer cosas tan inverosímiles como envenenar a exespías en Londres (varias veces), invadir Georgia, derribar un avión comercial con decenas de europeos (incluidos niños muy pequeños) a bordo y anexionarse la península ucrania de Crimea al mismo tiempo que negaba haber hecho cualquiera de estas cosas. A Putin siempre le ha asistido eso que en las películas de abogados americanas llaman “negación creíble” ('plausible deniability'): nadie puede demostrar que estuve allí, así que no estuve. Y además de no haber estado, la culpa de que te maten es tuya, porque tú si estuviste. ¿O no estabas? ¿O quizás recuerdas mal? Mira que todas estas cuentas de Facebook, Twitter e Instagram dicen otra cosa. ¿Estás seguro de lo que dices? Toma, por si acaso, un billón de euros y un par de gaseoductos.
La estrategia típicamente soviética de desinformación, división y caos le ha funcionado muy bien a Putin hasta ahora. Pero los gobiernos occidentales, que son democráticos pero no tontos, han aprendido algo en el camino. Por eso esta guerra está siendo tan angustiante para el ciudadano de a pie, incluida la que escribe, que ha pasado más de una noche en vela pensando cómo es posible que pasemos de una pandemia a una guerra y yo no tenga nada que ponerme. Durante las últimas tres semanas, todos hemos sido testigos del minuto y resultado de una guerra anunciada. Por primera vez en la historia, los servicios secretos estadounidenses, británicos y europeos han desclasificado información y sus gobiernos nos han dado a todos un asiento de primera fila en sus salas de crisis. Sabíamos dónde estaban las tropas y cuántas eran. Cuáles eran los escenarios posibles, del peor al mejor, pasando por el probable. Qué pretextos manejaba el Kremlin. E incluso qué día iba a atacar (menos mal que en eso se equivocaron, porque a mí los miércoles las guerras me vienen muy mal).
Occidente (si por Occidente entendemos Estados Unidos, la Unión Europea y el Reino Unido) agotó la vía diplomática mientras luchaba contra la desinformación de Putin con una sobredosis de información. Esto no ha conseguido parar la guerra. Pero ha conseguido algo impensable hasta ahora: que (casi) todos nos pongamos de acuerdo en que las cosas que hace este señor no son tolerables. Y que, diga lo que diga él, Putin siempre estaba allí.
Nadie va a salvar a Ucrania del destino histórico que Putin siempre ha querido para el país: que vuelva a ser lo que nunca debió de dejar de ser, la cuna del imperio. Lo mejor que nos puede pasar es que los ucranios se defiendan y haya los menores muertos posibles. Pero la toma de Kiev y la derrota del gobierno pro-europeo de Volodímr Zelensky es inevitable. Las guerras siempre son horribles y ni Mr. Wonderful sería capaz de verle la parte positiva a esta. El único resquicio de optimismo es que esta vez, de verdad, Putin haya ido demasiado lejos. Si la Unión Europea, que está siendo extraordinariamente firme y rápida en su respuesta al conflicto, es capaz de mantener el tipo y asumir el coste de unas sanciones que serán muy perjudiciales para la red que sostiene al autócrata ruso, pero también muy malas para Europa, es muy posible que, de aquí a unos años, sean los propios rusos los que acaben con Putin. Pero no será mañana. Mañana, seguiremos lamentando, impotentes, lo idiotas que fuimos.
Camino Mortera-Martínez is a senior research fellow at the Centre for European Reform.